miércoles, 25 de septiembre de 2019

LA EXPERIENCIA QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS


Somos dos maestras de Educación Especial que a través de las becas PPACID (un programa de trabajos de fin de grado/máster y prácticas universitarias curriculares en el ámbito de la cooperación internacional que ofrece la UBU) hemos podido colaborar durante casi tres meses en el Proyecto que la ONGD Persona Solidaridad desarrolla en Villa Rica (Perú) y que lleva como nombre “Mejora de la situación educativa y de la alimentación de los niños y niñas con discapacidad en la Selva Central Peruana”.

Concretamente estuvimos colaborando con el colegio de Educación Especial Moisés Hassinger Cruz. En él, hay veintidós niños con necesidades educativas muy variadas (autismo, síndrome de Down, discapacidad intelectual, discapacidad motora, discapacidad auditiva, TDAH, esquizofrenia, etc.) que gracias a la ayuda de tres profesores adquieren habilidades básicas para desenvolverse con normalidad en la vida diaria.  Sin embargo, creemos que la escasez de recursos humanos y materiales del centro, hace que el desarrollo de las potencialidades de los alumnos y alumnas se vea limitada.

Nuestra experiencia en Perú fue un regalo de la vida y nos pasaríamos horas hablando de todo lo vivido, pero queremos hacer una mención especial a nuestros niños y niñas, a “nuestro cole” que tanto nos ha enriquecido y del que nunca nos vamos a olvidar.

En primer lugar, por el amor y el cariño que desprendieron cada uno de los niños. Somos conscientes de que la situación a la que se enfrentan estos niños es de total exclusión fuera del colegio. Y esta, no proviene solo de la sociedad que los ve como “pobrecitos”, infravalorando sus capacidades, sino de la propia familia que aísla a sus hijos en casa por considerarlos “raros o tontos” limitando así su pleno desarrollo. Así, en el colegio, es el único sitio en el que se les valora y respeta como personas que son, reconociendo sus dificultades para poder proporcionarles apoyos, pero del mismo ofreciéndoles la oportunidad de crecer como personas sin ser juzgados y valorando todas sus potencialidades. Todo ello, los niños lo captaban y sentían mostrando felicidad y abrazos nada más entrar al colegio y os podemos asegurar que esos abrazos curaban y creemos que estaban compuestos por varias dosis de positivismo, de ganas de vivir y de ganas de ser.  ¿Cómo eran capaces de olvidar la soledad vivida en sus casas, el rechazo social o incluso algunos de ellos el hambre con el que llegaban? Estos niños son hoy en día nuestro referente vital y todavía con solo recordarnos podemos sanar.

En segundo lugar, por enseñarnos a trabajar nuestro ego y quitarnos las ganas de querer colonizarlo todo cuando vamos a un país empobrecido. Al salir, cargamos las maletas con un montón de ideas para llevar a cabo en el centro, para querer enseñar muchas de las cosas que habíamos aprendido… Pero esas ganas de comernos el mundo empezaron a flaquear cuando nos dimos cuenta nada más pisar el centro de cuántos pajaritos habían sobrevolado nuestras cabezas… Entonces empezamos a entender que para poder cambiar algo, primero hay que conocerlo en profundidad y segundo, ese algo tiene que querer ser cambiado. Así, cuando llegamos, creíamos que los profesores utilizaban una metodología demasiado tradicional y poco inclusiva. Pero cuando nos fuimos sentimos que los profesores trabajan de la mejor forma que sabían y que era difícil intentar poder hacerlo mejor en sus circunstancias, en su realidad. De esta forma, desechamos nuestros prejuicios y pudimos empatizar con su realidad, consiguiendo ver más allá de la nuestra.

Esta experiencia en Perú ha cambiado nuestra forma de vivir, y creemos que un proyecto de cooperación es algo que debería hacer todo el mundo al menos una vez en la vida. De esta forma conseguiríamos cambiar muchas formas de pensar que tanto daño están haciendo en nuestra sociedad hoy en día.

Estefanía San Quirico y Henar Calvo



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