Somos dos
maestras de Educación Especial que a través de las becas PPACID (un programa de
trabajos de fin de grado/máster y prácticas universitarias curriculares en el
ámbito de la cooperación internacional que ofrece la UBU) hemos podido
colaborar durante casi tres meses en el Proyecto que la ONGD Persona
Solidaridad desarrolla en Villa Rica (Perú) y que lleva como nombre “Mejora de
la situación educativa y de la alimentación de los niños y niñas con
discapacidad en la Selva Central Peruana”.
Concretamente
estuvimos colaborando con el colegio de Educación Especial Moisés Hassinger
Cruz. En él, hay veintidós niños con necesidades educativas muy variadas
(autismo, síndrome de Down, discapacidad intelectual, discapacidad motora,
discapacidad auditiva, TDAH, esquizofrenia, etc.) que gracias a la ayuda de
tres profesores adquieren habilidades básicas para desenvolverse con normalidad
en la vida diaria.
Sin embargo, creemos
que la escasez de recursos humanos y materiales del centro, hace que el
desarrollo de las potencialidades de los alumnos y alumnas se vea limitada.
Nuestra
experiencia en Perú fue un regalo de la vida y nos pasaríamos horas hablando de
todo lo vivido, pero queremos hacer una mención especial a nuestros niños y
niñas, a “nuestro cole” que tanto nos ha enriquecido y del que nunca nos vamos
a olvidar.
En primer lugar,
por el amor y el cariño que desprendieron cada uno de los niños. Somos
conscientes de que la situación a la que se enfrentan estos niños es de total
exclusión fuera del colegio. Y esta, no proviene solo de la sociedad que los ve
como “pobrecitos”, infravalorando sus capacidades, sino de la propia familia
que aísla a sus hijos en casa por considerarlos “raros o tontos” limitando así
su pleno desarrollo. Así, en el colegio, es el único sitio en el que se les
valora y respeta como personas que son, reconociendo sus dificultades para
poder proporcionarles apoyos, pero del mismo ofreciéndoles la oportunidad de
crecer como personas sin ser juzgados y valorando todas sus potencialidades.
Todo ello, los niños lo captaban y sentían mostrando felicidad y abrazos nada
más entrar al colegio y os podemos asegurar que esos abrazos curaban y creemos
que estaban compuestos por varias dosis de positivismo, de ganas de vivir y de
ganas de ser. ¿Cómo eran capaces de
olvidar la soledad vivida en sus casas, el rechazo social o incluso algunos de
ellos el hambre con el que llegaban? Estos niños son hoy en día nuestro referente
vital y todavía con solo recordarnos podemos sanar.
En segundo
lugar, por enseñarnos a trabajar nuestro ego y quitarnos las ganas de querer
colonizarlo todo cuando vamos a un país empobrecido. Al salir, cargamos las
maletas con un montón de ideas para llevar a cabo en el centro, para querer enseñar
muchas de las cosas que habíamos aprendido… Pero esas ganas de comernos el
mundo empezaron a flaquear cuando nos dimos cuenta nada más pisar el centro de
cuántos pajaritos habían sobrevolado nuestras cabezas… Entonces empezamos a
entender que para poder cambiar algo, primero hay que conocerlo en profundidad
y segundo, ese algo tiene que querer ser cambiado. Así, cuando llegamos,
creíamos que los profesores utilizaban una metodología demasiado tradicional y
poco inclusiva. Pero cuando nos fuimos sentimos que los profesores trabajan de
la mejor forma que sabían y que era difícil intentar poder hacerlo mejor en sus
circunstancias, en su realidad. De esta forma, desechamos nuestros prejuicios y
pudimos empatizar con su realidad, consiguiendo ver más allá de la nuestra.
Esta experiencia
en Perú ha cambiado nuestra forma de vivir, y creemos que un proyecto de
cooperación es algo que debería hacer todo el mundo al menos una vez en la
vida. De esta forma conseguiríamos cambiar muchas formas de pensar que tanto daño
están haciendo en nuestra sociedad hoy en día.
Estefanía San
Quirico y
Henar Calvo